domingo, 8 de mayo de 2011

TE VEO


Primer Lugar. Premio Internacional. Letras Sueltas Expresión Urbana - Cali Colombia. Mayo 2011. Temática: Muerte o Vida Después de la Muerte.


Te despertaste despacio y aún somnolienta te incorporaste a tientas. A pesar que yo había partido desde hacía mucho, tu primer pensamiento, como siempre, fue asomarte a la ventana para al menos ver mi silueta alejándose por el camino. Otra vez no me encontraste. Tus ojos de miel se posaron sobre el suave verdor de los helechos del campo que serpenteaban ente las firmes raíces ocres de los sauces lloriqueantes. Elevando el corazón hacia el interminable cielo, la tímida luz de la mañana te acarició el rostro con esperanzas de otros tiempos mientras suspirabas soñando con que quizás mañana correrías con mejor suerte.

A lo lejos, el solitario naranjo persistente e inmune al paso de las estaciones te presumía sus brazos que recargados de frutos maduros se inclinaban postrándose hasta la orilla del río.

Sonreíste al recordar la última tarde en la que nos bañamos ahí. Jugábamos entre sus corrientes mansas y cristalinas, empujabas con las manos el agua hacia mi cara y me molestabas con tu fingida voz de niña malcriada.

- No quiero irme nunca de aquí, Jorge. Nunca. ¿Oíste? Nunca. ¿Ah? ¿Me está poniendo atención?

Yo te abracé en silencio y te cerré tus labios con los míos. Nos quedamos muy juntos, hasta que la tarde cayó rendida en el horizonte y tú sucumbías al roce cadencioso de mis manos, al encuentro de los labios y los pechos, a los juegos de las caderas y los muslos entrelazados. Renacíamos como siameses bajo los fulgores de la noche más estrellada.

Saliste de tu ensoñación. “Las horas pasan más de prisa en el otoño y hay que aprovechar la luz del día”. Con el entusiasmo de una jovencita que espera la visita de su novio, recogiste la ropa, tendiste la cama acomodando nuestras almohadas perfectamente una junto a la otra. Limpiabas los pisos con ahínco pero al ver mis botas tiradas por el suelo tuviste que detenerte para contener una carcajada. Como siempre, no había hecho caso a tus insistentes regaños.

- “¿Por qué nunca puedes poner tus cosas en su lugar? ¿No te das cuenta de todo el trabajo que me das?”

- “Sara. Hermosa. Si dejara todo en su lugar, no tendrías con qué acordarte de mí cuando no estoy.”

- “Pues con lo que has dejado tirado ayer, podrías irte muchos meses antes de que yo me olvide de ti”.

Al recordar la última frase, te arrepentiste de haberla siquiera pronunciado. - "No es bueno jugar con esas cosas."

En la regadera, el agua tibia recorría tu piel aperlada, Empapaba tu larga cabellera negra y brillante que remojabas y exprimías una y otra vez sobre los hombros. Enjabonabas tu pecho, tus brazos, tus caderas y tus muslos y el concierto de tu cuerpo de mujer madura se llenaba y se vaciaba intermitente entre un espacio presente y táctil y otro lejano y ausente.

- Al menos no se olvidó de llenar el tanque antes de irse -reíste divertida.

Pero tu risa, como de moneditas que caen sobre cristal, se interrumpió en un instante. - ¿Cuándo volverás? -enjugaste las lágrimas precoces en la blancura de tu toalla.

Terminaste de hacer la comida en bata y, presintiendo la hora, corriste para terminar de arreglarte. Cubriste tu pelo con una pañoleta porque estaba ya demasiado largo para peinarlo de otra forma. Te enfundaste en la falda larga que me gusta, te pusiste la blusa de flores púrpuras que te regalé y por variar, te echaste encima una verónica negra. Te miraste al espejo. Te gustó. Nos gustó.

La noche te sorprendió poniendo la mesa. Volaste ilusionada hasta el balcón para esperar por mí. Tus ojos perennes escudriñaron el camino a un lado del arroyo hasta que la oscuridad de las horas se te fueron escurriendo por las mejillas.

y como cada noche, no volveré. Confundido entre el silbido nocturno del follaje de los sauces, invisible como el llanto callado del arroyo, acurrucado bajo los maduros frutos del naranjo, te veo y te descubro tan imposible y tan hermosa, como cada mañana que despierto a tu lado, que paso las horas contigo y sin que tú te des cuenta, y te observo mientras aseas la casa ilusionada con mi regreso, y te lleno el tanque para embelesarme con tu cuerpo desnudo mientras te bañas jubilosa al recodar nuestras tardes en el río, y me quedo junto a ti para consolar los sollozos de tu sueño intranquilo y acaricio tu negra cabellera que brilla suave entre mis dedos.

Insumiso ante la inutilidad de mi presencia, te veo y arrojo mis botas al suelo para que nunca te olvides de mí.


OPINIÓN DEL JURADO: Es la amalgama perfecta entre prosa y verso. Dan ganas de leerlo en voz alta. Administra el lenguaje poético en la justa medida, sin saturar y sin desviarse de la historia. Todo lo contrario le da intensidad al relato; que es a su vez, más un recuerdo prolongado, pasajes en la memoria. Describe situaciones que logran fácil identificación entre lectores de cualquier parte del mundo; es universal. Excelente manejo de la mística, de lo difuso y de lo preciso en un recuerdo. Nos remite a diferentes momentos y ambientes en tan solo dos páginas sin llegar a perder contundencia en la trama.  Este cuento gana holgadamente en el presente concurso. Se podría decir que “sacó la pelota fuera del estadio” y ojalá caiga en alguna editorial. SOBRE EL VEREDICTO FINAL: PRIMER LUGAR
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TE VEO por RAUL GARCIA RODRIGUEZ se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 3.0 Unported.
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miércoles, 26 de enero de 2011

En Silencio






 
 
Se despertó de pronto. Se incorporó en la cama, pero se quedó sentado, muy quieto, apoyado contra el respaldo. Miró hacia el lado opuesto y lo encontró intacto y solitario.
Volteó para ver el reloj que mostraba imperturbable las horas de la madrugada y entonces lo sintió de nuevo. Ahora justo a la entrada del dormitorio, hostigando la madera, del otro lado de la puerta.

Advirtió cómo se movía por el pasillo, inquietando los cuadros de las paredes a su paso, sacudiendo el piso de la escalera, lastimando los muebles de la sala, tropezando a través de las sillas del comedor hasta que llegó a la cocina, donde como de costumbre, inició el quebranto de las puertas de la alacena, el trastorno en el interior del refrigerador, el maltrato de las sillas contra la mesita de centro, la conmoción de los platos unos contra otros.

Acá en la habitación, él continuaba titubeando hasta que después de un largo rato se puso de pie, se ciñó el cordel de la bata, caminó hasta llegar a la puerta y se quedó ahí parado, examinándola, sin atreverse. Allá en la cocina, la revuelta de los platos continuaba.
Finalmente y por primera vez, decidió a dejar la seguridad de la habitación. Abrió la puerta con timidez, miró a los lados y se movió despacio a través del pasillo donde los cuadros impasibles lo miraban. Bajó las escaleras, recorrió la sala y el comedor y sin atreverse a traspasarla, se quedó a un lado de la entrada de la cocina, recargado contra la pared.

—Buenas noches. Supongo que no te molestará si te acompaño.

Sin obtener más respuesta que el desacierto de una taza contra su plato, continuó insistiendo:

—Tenemos que parar. ¿No te parece? ¿Por qué no descansamos ya de esta situación?

Se pasó una mano temblorosa por el cabello, se secó el sudor de la frente, respiró hondo:

—¿Sabes? Extraño los momentos en que realmente estábamos juntos. Pero no podemos seguir así.

No hubo respuesta.

—Lucía, supongo que tu intención es llamar mi atención. ¿Por qué no me dices de una vez qué es lo que quieres?

Del otro lado del muro, una silla se alejaba de la mesa mientras una taza desfalleció contra el frío mosaico del piso.

Repentinamente algo en él se transformó, un ardor intenso le inundó el rostro, golpeó la pared con el puño y sin pensar ya en lo que hacía entró:

—¡Con un puto demonio! ¿Qué es lo que quieres?

Apenas atravesó el umbral, se dio cuenta del error que cometía. Sintió de súbito la intrusión de una mirada seca que le martilleó el rostro y lo escudriñó por completo con gris detenimiento. Él permaneció inmóvil y boquiabierto. Los ojos le escurrieron hasta la garganta donde la humedad se le confundía con el sudor que le anegó el pecho estrangulando sus palabras y cualquier otra posibilidad de escapatoria.

Se quedó así, inerte, hasta cuando por la ventana comenzaron a entrar los tímidos rayos del sol y entonces sintió como se alejaba a través de la puerta de la cocina, por entre las sillas del comedor, hostigando los muebles de la sala, atajando los escalones de la escalera, acercándose a la puerta de la recámara, para luego volver a bajar y trasgredir por la sala y nuevamente por el comedor hasta extinguirse por completo.

La noche regresó y él continuaba temblando, sentado con la espalda rígida, adherida al respaldo de la cama. Sus ojos aunque inmóviles parecían buscar entre la oscuridad algún rastro que confirmara la razón de su temor, pero sólo pudo sentir una frialdad callada y opaca.

Ya no volvió a levantarse jamás, se quedó aquí en silencio y yo me quedé junto a él, abrazándole, aunque estoy segura que sigue encontrando mi lado de la cama intacto y solitario, incapaz de reconocerme.


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En Silencio por Raúl García Rodríguez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-No Derivadas 2.5 México.
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